Muchos autores y la población en
general piensan que estamos viviendo una crisis de valores. Tenemos una
sociedad líquida donde el esfuerzo, la constancia y el saber esperar para
conseguir un logro ya no tiene validez (Bauman, 2005), donde la abuelita marketing nos impulsa al
consumismo desenfrenado para lograr el estado de bienestar cada vez más
exigente de los medios de comunicación (Pennac, 2007). Sabemos cómo
influye el ambiente, las amistades en el desarrollo integral de nuestros hijos,
dime con quién andas y te diré quién eres,
es comprensible y legítimo para unos padres preocuparse por el ambiente, el
micro y mesosistema que rodea a nuestros hijos y que condiciona no solo su
conducta sino el desarrollo de su personalidad (Bronfenbrenner, 2013).
Pero ¿cómo ejercer un control parental
cuando es la gran mayoría de la sociedad que anda perdida? ¿Qué significa estar
perdido? ¿Es legítimo éste control por parte de los padres? ¿Hasta qué edad? ¿Son
normales las conductas que hoy en día viven nuestros adolescentes? Son muchas
preguntas que dan lugar a un gran debate.
Pienso en el Maximilien que
Daniel Pennac describe en su libro Mal de escuela (2007), un adolescente que arrastra fracaso
escolar, vive prácticamente en la calle, trapichea con droga, abusa del
alcohol, es descarado, irrespetuoso, adicto al móvil, la banda ancha, los
video-juegos, las marcas, el monopatín y la música electrónica… Es la gran
mayoría de la juventud de hoy, pero ¿queremos esto para nuestros hijos? ¿Cómo
frenarlo? ¿Se puede? Habrá que intentarlo, ¿no? Muchos adolescentes como dice
el juez Emilio Calatayud son delincuentes en potencia. No pretendo ser
alarmista, a mí lo que me preocupa es
cómo muchos de ellos pierden su tiempo valioso de formación en un ocio pasivo y a veces
destructivo que nada bueno les aporta a su desarrollo, parece que todo lo que
les supone esfuerzo, trabajo y constancia les aburre, pero ¿cómo piensan prepararse
para el día de mañana? ¿Cómo van a convivir si no aprenden a ceder y a dar
amor, cómo van a educar unos hijos si al primer llanto y la primera noche en
vela no van a soportarlo?
El homeschooling puede de algún
modo evitar gran parte de este contacto masivo que se produce en las aulas,
puede filtrar las amistades y escoger el entorno social. Al pasar más tiempo
con los hijos se fortalecen los vínculos afectivos, se propicia la convivencia,
el diálogo entre padres, hijos, hermanos, abuelos y se fomenta
la educación de los valores morales, éticos y críticos frente a las conductas
sociales patológicas.
Por supuesto, esto no implica que
los niños escolarizados sean todos unos perdidos, sería un modo simplista,
sesgado y equivocado de ver la realidad. Cualquier padre y madre responsable
que vele por la educación de sus hijos puede conseguir incluso mejores
resultados. La clave es dedicar tiempo a nuestros hijos, dialogar con ellos,
conocerles, comprenderles, apreciarles, descubrir su propia personalidad y confiar en ellos. En definitiva, educarles.
Bibliografía
Bauman, Z. (2005). La vida líquida. Barcelona:
Editorial Paidós.
Bronfenbrenner, U. (2013). La
ecología del desarrollo humano. Barcelona: Paidós.
Marina, A. (2013). Talento,
motivación e inteligencia. Barcelona: Cedro.
Mollá, J. L. (2007). La escuela orientadora. Madrid:
Narcea.
Pennac, D. (2007). Mal de Escuela.
Barcelona: Debolsillo.