Las visitas a los museos nos ayudan a incentivar nuestra curiosidad
natural. Fomentan un aprendizaje por inmersión, real y rico en conflictos
cognitivos, nos dejan muchas preguntas sin respuesta, que incitan el diálogo y
la investigación. Aprendemos todos y los conocimientos adquiridos tardan en
olvidarse porque se ha visto, se ha vivido, se ha experimentado. Generalmente
antes de la visita trabajamos en casa el tema de la exposición para tener unos
conocimientos previos que pueden ayudarles en la comprensión de las
explicaciones del guía. Cada niño responde diferente a los estímulos, cuando
termina la visita y les pido que me expliquen lo que han visto, Sara, Judit y
Jordi me explican y me preguntan cosas distintas, esta disparidad en la
adquisición de los conceptos es una riqueza que nos complementa a todos y debe
respetarse. Así las actividades deben ser abiertas, no deben conducir hacia
unos resultados esperados y deben permitir la libre expresión e investigación
de los niños. Nuestra tendencia natural como padres y educadores es “conducir”
a los hijos a unos resultados que consideramos ciertos e importantes, sin embargo
es un tremendo error, ¿no decimos que el conocimiento está en continua
evolución, que es falible y provisional? Respetemos su creatividad, su
pensamiento divergente y su originalidad. Con el estudio de la historia esto es
esencial, pues es una ciencia compleja, influyen numerosas variables y existen
opiniones muy diversas, no hay una verdad que debe aprenderse, sino múltiples
causas que pueden explicar el porqué de las cosas. ¿Qué pretendemos, enseñar o
adoctrinar?
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